Esta Diada se preveía bastante tensa por dos motivos. A gran escala, lo ocurrido el pasado otoño –referéndum, huelgas, manifestaciones, contramanifestaciones, encarcelación de líderes políticos independentistas, elecciones, aplicación del 155…– invitaba a pensar en un clima más beligerante de lo normal. A pequeña escala, la formación ultraderechista e independentista Som Catalans anunció hace unos días que la Lega Nord italiana, un partido xenófobo y euroescéptico, estaría presente en la ofrenda floral a Rafael Casanova. Esto sentó mal a buena parte del independentismo, en especial a los sectores próximos a la CUP. Es decir: a los más combativos.
Acto I
Son las nueve de la mañana y los Mossos d’Esquadra ya tienen montado el perímetro de seguridad en torno al monumento a Rafael Casanova, un jurista reconvertido en héroe local por su labor en el sitio de 1714. Como cada 11 de septiembre, partidos políticos y asociaciones culturales de Cataluña acuden a depositar flores a los pies de la estatua. Algunas delegaciones entran directamente. Otras, las menos importantes, deben esperar fuera a que la organización dé luz verde. También fuera del perímetro, encaramados a las vallas que lo delimitan, se dan cita simpatizantes de la Diada, turistas y curiosos.
A las nueve y poco de la mañana se escucha un tumulto no muy lejos de allí. Un grupo de jóvenes antifascistas (llevan una pancarta que reza, en catalán, “Xenófobos y fascistas ni en los Países Catalanes ni en ningún lado”) está encarándose con una decena de personas que portan una corona de flores. Corean “Barcelona será la tumba del fascismo”, “contra el fascismo acción directa” y similares. Los increpados –un grupo variopinto en el que hay señoras, hombres con americana y algún que otro chaval– no contestan. Se limitan a aguantar el chaparrón hasta que aparecen varios antidisturbios de los Mossos, los rodean y se los llevan entre aplausos de la concurrencia. Son la delegación del partido ultraderechista Plataforma per Catalunya. Mientras abandonan el lugar los antifascistas corean, eufóricos, el “no pasarán, no pasarán”. Y lo continúan coreando aun cuando los agentes dirigen a los ultraderechistas hacia la estatua para que realicen su ofrenda.
Si después de esta intervención los antidisturbios de los Mossos daban por terminada su actuación se equivocaban. Poco antes de las nueve y media se organiza otro tumulto en las proximidades del perímetro. Los antifascistas, que ahora son más, se han vuelto a encarar con otro grupo de personas. Este es más numeroso que el anterior. Unos veinte. Llevan esteladas y banderas de l’au Fènix; una cruz de San Jorge con un ave Fénix negro y una senyera estampados encima. En sus camisetas se puede leer Moviment Identitari Català, una organización que lucha por “una Cataluña catalana” en la que se vigile la inmigración y se destierre cualquier resto de castellanidad.
A diferencia de la delegación de Plataforma per Catalunya, la delegación del Moviment Identitari Català no se queda callada: cantan Els Segadors (algunos brazo en alto) e increpan a los antifascistas que les están increpando a ellos. El toma y daca se ve brevemente interrumpido cuando Cake Minuesa, un reportero conocido como “el Follonero de la derecha” y que ahora trabaja para OKDiario, se planta entre ambos grupos a vociferar que independentismo e intolerancia son sinónimos. Minuesa, que aparece luciendo una pulsera con la bandera de España, recoge varios insultos y, ante la posibilidad de recoger también un par de hostias, se marcha por donde ha venido.
Tras el ‘momento Minuesa’ los Mossos deciden actuar como con Plataforma per Catalunya; rodean a la delegación de los ultraderechistas catalanistas y se la llevan dentro del perímetro para que procedan con su ofrenda sin causar más problemas. (En este video de La Vanguardia se puede observar su reacción al encontrarse con la corona de Plataforma per Catalunya.)
Mientras el grupo de antifascistas y la delegación de Moviment Identitari Català intercambian impresiones se asoman por allí los invitados de la Lega Nord. Siete u ocho chavales jovencitos que parecen recién salidos de los jesuitas de Sarriá. Pasan desapercibidos porque no llevan distintivo alguno. Sólo quedan en evidencia cuando uno de ellos saca del bolsillo una bandera de la facción piamontesa de la Lega Nord con la intención de desplegarla pero, pensándoselo mejor, la vuelve a guardar. Nadie se ha fijado porque nadie está mirando. Acto seguido, habiendo valorado el riesgo que supone darse a conocer, los italianos deciden borrarse del mapa. Vuelven a aparecer media hora después ya dentro del perímetro de seguridad de los Mossos con sus anfitriones de Som Catalans. Para entonces los militantes antifascistas ya se han marchado a –presumiblemente– la manifestación convocada por Arran, las juventudes de la izquierda independentista radical, en el centro de la ciudad.
Acto II
A las 16:30 horas, tres cuartos de hora antes del simbólico minuto (17:14), ya no cabe un alfiler en la avenida Diagonal. Puede que en otros aspectos, como el de la unidad de sus líderes políticos, el independentismo haya perdido fuelle; en lo que respecta a su poder de convocatoria y su capacidad de organización sigue obteniendo sobresaliente. Bien es cierto que la ocasión lo merece: se supone que esta Diada, la primera después del referéndum de octubre y de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, está dedicada a los que no están, a los líderes políticos presos o a los que han abrazado el exilio para no terminar como los primeros. Así se ha dicho por activa y por pasiva y así se recuerda en camisetas, carteles y cánticos.
Y, sin embargo, la performance tiene un sabor a verbena que no casa con la gravedad de los hechos ni con la trascendencia de lo que ha sucedido en el último año. La gente baila, se besa, bebe, aplaude los castells con entusiasmo y sonríe mientras posa para la foto. Nadie parece estar especialmente enfadado con nada pese a los abucheos y cortes de manga que se lleva el helicóptero que sobrevuela la concentración; pero incluso este discreto acto de rebeldía se lleva a cabo con una mezcla de diversión y desdén.
De pronto aparece en un extremo de la Plaza de Pablo Neruda un CDR; un Comité de Defensa de la República. Según reza su pancarta son de la Villa Olímpica. Hace unos días un artículo de El Mundo advertía de que los CDR se preparan para un “otoño caliente” a partir de la Diada. Cuando el CDR frena y uno de sus miembros abre la mochila se genera algo de expectación alrededor. Lo que sale de la bolsa, empero, son unos espráis de color amarillo, una plantilla (con la forma de un lazo) y muchas tiras de plástico también de color amarillo. Estas últimas las reparte entre la gente de alrededor. Luego se pone a pintar lazos sobre el asfalto ayudado de la plantilla. Varios de sus compañeros siguen su ejemplo. Algunas compañeras también. Bromean entre ellos y con quienes se hacen selfies captando la escena de fondo.
Poco antes de que el reloj marque las 17:14 horas una chica en bicicleta se pone a charlar con un matrimonio. No se conocen; ella se identifica como extranjera y pregunta por el motivo de la manifestación. La mujer responde que están haciendo la revolución pero por la vía pacífica. Cuando la chica se marcha el marido dice, medio en broma, que igual es una infiltrada. La señora contesta que, en cualquier caso, lo que ha dicho les hace quedar como “los buenos de la película”. Unos minutos después otra chica, latinoamericana, intenta cruzar la Diagonal a bordo de un patinete. No avanza gran cosa y pronto comprende que lo que está haciendo no tiene sentido. Una muchacha le dice que mejor dé la vuelta, que no va a poder cruzar. “Es que quiero llegar a mi casa”, contesta la chica latinoamericana del patinete. Dos señoras que han puesto la antena se miran. “¿Esta no ha visto las noticias o qué?”, le dice la una a la otra, resoplando. Justo en ese momento alguien, en alguna parte, empieza un cántico. Els carrers serán sempre nostres!
A las 17:12 horas la gente se pone a chistar y a pedir silencio. Este año, a las 17:14 horas, está previsto un minuto de silencio. En la Plaza de Neruda se cumple más o menos; mucha gente se calla y no poca sigue con la conversación que estaba teniendo pero en un tono más bajo. Luego, tras el chupinazo programado, se lleva a cabo la “ola de sonido” para demostrar que el independentismo sigue vivo y con fuerzas para seguir adelante. Con la ola finiquitada empieza la dispersión.
Acto III
Ha terminado, oficialmente, la Diada. Los bares próximos a la avenida Diagonal están llenos a rebosar. Mucha gente apura el último rato en Barcelona antes de subirse al autobús –hay cientos de ellos– y poner rumbo a casa. Se palpa la satisfacción de haber participado en una jornada histórica. Otra más. Según me estoy alejando del lugar fijo la vista en un chaval. Me ha llamado la atención la camiseta que lleva puesta: no es como las diez mil que le rodean, no es la camiseta a medio camino entre el magenta y el salmón que la ANC ha comercializado este año con el lema “Fem la República Catalana”. El chaval, que lleva una estelada en forma de capa, luce una camiseta de Juego de Tronos. “The North Remembers”, dice la frase que lleva estampada.
No puedo evitar imaginármela con un interrogante al final.